lunes, 26 de marzo de 2012

En los lugares que se divisaban desde allí arriba resurgían momentos intocables del pasado, secretos inconfesables de un ayer en el que los sueños tenían vida propia y donde no existían límites que pudieran frenar nuestros caminos, ambos con el mismo destino. Sólo con el sonido de las olas rompiendo en esa orilla tan solitaria podía regresar allí y notar el roce de la tibia arena entre los dedos de mis pies, respirar la perfumada humedad en el aire y sentir el suave tacto de aquellos besos bajo la luna.. Me estremecía. Le llevaba tan dentro que le sentía fluyendo por mi sangre, le respiraba, podía incluso tocarle a pesar de la distancia.. Me gustaban aquellas vistas, la luz del faro me hacía soñar, inventaba historias, historias tan reales que podían ser ciertas. Cada atardecer me sentaba en la misma roca del acantilado y desde allí contemplaba el mar hasta donde mis ojos me permitían. Observar me enseñó que las mareas no siempre alcanzan la misma altura, pero sólo pude comprobarlo una vez que me adentré en los interiores de las cristalinas aguas de aquel mar.. Allí empezó mi viaje, una odisea en un barco de timón indomable y cuyo ancla era inexistente, un paseo sin retorno con un sinfín de victorias y derrotas.. Un trayecto que, al final, sólo tenía un nombre..

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